Lo fundamental era la imagen imprecisa
y el misterio.
El viejo representaba el misterio y acaso
era la clave para responder a todas las preguntas.
A la orilla del mar la playa repetía su rítmica
e invitaba a cuestionar sobre dios
y sobre el mundo a los espejos. Su vínculo
era importante, aunque frágil como la imagen que se quiebra
y se destrona.
Desde una ventana
se podía llorar la presencia de la mujer más bella del mundo
que se pasea con andar cansado
sobre las ruinas de una pregunta por restaurarse.
La información se escurre
poco a poco
por las rendijas de las puertas
por todos los agujeros insospechados de un erotismo de muros y candelabros.
Las miradas pretenden un sigilo de detective
mientras los binoculares sobre las mesitas de noche
desprenden todavía las luces de una respuesta por migajas;
escondidos tras las puertas y debajo de las camas
están los escuchas de la verdad,
los reporteros secretos que aún saludan por las mañanas
porque no entienden lo que no son capaces de escuchar.
Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.
Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.
Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.
El sexo palpita como un corazón de niebla bajo los remolinos de su propia noche,
soñando con la cintura
que ha cruzado la calle
y se ha perdido hacia el borde
del tiempo, que parece una catarata negra de blandas resurrecciones,
que desdibuja.
Tal vez el momento más importante de la vida sea ese en el que vemos entrar al [viejo dentro de una carpa sin nombre y sin ruido
desde el estupor de una incógnita
que no se puede formular pero tiene lenguaje.
Como un dolor ella se descubriría un seno. Y el pene, como un surtidor averiado, [se despojará entonces de una sola lágrima.
Todavía hay formas de amar en el mundo
y de otorgar sentido.
En este palacio en ruinas
es posible encontrar pasadizos secretos y sus misterios
son el goce de una canción humana desprendida en orfandad de cantos.
Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.
Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.
Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.
Todo es una cuestión de ritmo. Pude ser o no la añoranza un principio de [compás.
En el mar, se vuelve a escuchar el mismo sonsonete
que ya es él mismo
un dios que no habríamos podido inventar.
Y el viejo entra en la carpa junto a la mujer más bella
y se esconden detrás de las cortinas, en las sombras de laberintos abiertos.
Desde aquí se pueden ver las incógnitas, con los binoculares que reflexionan, [posados después en sus burós
Desde aquí pueden ser imaginados los jardines
por acariciar,
los patios por desenredar en polvo de palabras,
en ceguera de canciones.
En las noches nerviosas
las maderas sueñan con fantasmas
en un crepitar vacilante de muerto sin memoria de morir;
el ritmo es un bastón ciego, que mueve las esferas,
como si se tratara de las duelas miedosas
o los astros, que son un ignorar de movimientos y colores,
como el polvo mismo
que se acerca a oler, sin intención de dar jamás con un sepulcro.
O por llevarlo siempre como un amuleto que ha dejado de ser de carne.
El viejo es el misterio,
el arrugado conjunto de preguntas;
la mujer es una sospecha inasible.
Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.
Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.
Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.
Como salido de una novela policiaca
se está aquí detrás de un vidrio viendo pasar todo y recomponiendo el universo
desde una perspectiva de rompecabezas,
huyendo, en realidad, de lo que se escapa solo.
Ese universo, esconde la más grande de las violencias
detrás de sus partículas elementales,
y nos engaña diciendo que el titilar de sus estrellas está muerto
que ha implorado ya
en el intimar de sí hasta oscurecerse por completo.
No le creemos para seguir observando su ritmo de nube,
que sondea y miente para descubrirnos
con una sorpresa universal
la ausencia de los muertos,
el misterio del viejo,
la carpa de circo o el simple cortinaje
que encubre la trinidad siempre escondida:
la locura, la mujer y la magia.
Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.
Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.
Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.