martes, 27 de abril de 2010

Lo fundamental era la imagen imprecisa

y el misterio.

El viejo representaba el misterio y acaso

era la clave para responder a todas las preguntas.

A la orilla del mar la playa repetía su rítmica

e invitaba a cuestionar sobre dios

y sobre el mundo a los espejos. Su vínculo

era importante, aunque frágil como la imagen que se quiebra

y se destrona.

Desde una ventana

se podía llorar la presencia de la mujer más bella del mundo

que se pasea con andar cansado

sobre las ruinas de una pregunta por restaurarse.

La información se escurre

poco a poco

por las rendijas de las puertas

por todos los agujeros insospechados de un erotismo de muros y candelabros.

Las miradas pretenden un sigilo de detective

mientras los binoculares sobre las mesitas de noche

desprenden todavía las luces de una respuesta por migajas;

escondidos tras las puertas y debajo de las camas

están los escuchas de la verdad,

los reporteros secretos que aún saludan por las mañanas

porque no entienden lo que no son capaces de escuchar.

Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.

Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.

Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.

El sexo palpita como un corazón de niebla bajo los remolinos de su propia noche,

soñando con la cintura

que ha cruzado la calle

y se ha perdido hacia el borde

del tiempo, que parece una catarata negra de blandas resurrecciones,

que desdibuja.

Tal vez el momento más importante de la vida sea ese en el que vemos entrar al [viejo dentro de una carpa sin nombre y sin ruido

desde el estupor de una incógnita

que no se puede formular pero tiene lenguaje.

Como un dolor ella se descubriría un seno. Y el pene, como un surtidor averiado, [se despojará entonces de una sola lágrima.

Todavía hay formas de amar en el mundo

y de otorgar sentido.

En este palacio en ruinas

es posible encontrar pasadizos secretos y sus misterios

son el goce de una canción humana desprendida en orfandad de cantos.

Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.

Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.

Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.

Todo es una cuestión de ritmo. Pude ser o no la añoranza un principio de [compás.

En el mar, se vuelve a escuchar el mismo sonsonete

que ya es él mismo

un dios que no habríamos podido inventar.

Y el viejo entra en la carpa junto a la mujer más bella

y se esconden detrás de las cortinas, en las sombras de laberintos abiertos.

Desde aquí se pueden ver las incógnitas, con los binoculares que reflexionan, [posados después en sus burós

Desde aquí pueden ser imaginados los jardines

por acariciar,

los patios por desenredar en polvo de palabras,

en ceguera de canciones.

En las noches nerviosas

las maderas sueñan con fantasmas

en un crepitar vacilante de muerto sin memoria de morir;

el ritmo es un bastón ciego, que mueve las esferas,

como si se tratara de las duelas miedosas

o los astros, que son un ignorar de movimientos y colores,

como el polvo mismo

que se acerca a oler, sin intención de dar jamás con un sepulcro.

O por llevarlo siempre como un amuleto que ha dejado de ser de carne.

El viejo es el misterio,

el arrugado conjunto de preguntas;

la mujer es una sospecha inasible.

Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.

Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.

Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.

Como salido de una novela policiaca

se está aquí detrás de un vidrio viendo pasar todo y recomponiendo el universo

desde una perspectiva de rompecabezas,

huyendo, en realidad, de lo que se escapa solo.

Ese universo, esconde la más grande de las violencias

detrás de sus partículas elementales,

y nos engaña diciendo que el titilar de sus estrellas está muerto

que ha implorado ya

en el intimar de sí hasta oscurecerse por completo.

No le creemos para seguir observando su ritmo de nube,

que sondea y miente para descubrirnos

con una sorpresa universal

la ausencia de los muertos,

el misterio del viejo,

la carpa de circo o el simple cortinaje

que encubre la trinidad siempre escondida:

la locura, la mujer y la magia.

Qué nuevo y a la vez qué viejo es estar aquí.

Qué nuevas son estas palabras en las que sólo yo me reconozco.

Qué viejas son, que cualquiera puede verlas dentro de sí.