jueves, 5 de marzo de 2015

El diván de Cristina

No sé, me voy con tiento y averiguo
un silencio profundo, una escafandra
que sumerge mi voz y la condena;
acuciosa e intrigante se resiste
contagiada de un par de miramientos,
los ojos que vestidos de una ausencia
falsa me atestiguan, me vencen y reducen.
Pero he soñado múltiples abismos,
recorrido parajes impensados:
el otro día –digo  fue una pena
haber hallado aquél manantial límpido
donde tres grandes flores sumergidas
boqueaban algún canto de sirena;
tres cabezas enormes en el fondo
de aquella fuente, se miraban firmes,
madera de sí mismas respirantes:
Qué son –me pregunté–
son plantas o cabezas,
–y una voz tras de mí me dijo– mira,
son a la vez cabezas y vaginas,
 flores y filtros de sus aguas,
son bastos manantiales.
Cargo una de pronto, una cabeza,
varios pétalos rígidos se mueven
haciendo un gesto de impotente asfixia,
y una lengua en el centro (o un pistilo)
como un león de angioesperma se deprime
para surgir de nuevo de su centro
en bocanadas firmes, no resueltas
que degluten un aire incomprensible.
Así lo digo. O no, tal vez no así,
distinto, meditando cada frase;
miedoso de encontrarme en esa carga,
o de hallar en su forma un monstruo propio.
Pero lo digo: iba cargando aquello,
un cuerpo maderoso que respira
la ausencia de sus aguas, convulsiona
espantándome, azogue de mi vientre;
y por qué cargo yo con la cabeza
la flor que limpia el agua,
el león cuya lengua es sed de mares.
Eso soñé. Quién sabe, ya no hay más,
seguí subiendo por unas escaleras,
cargando aquella cosa que boquea,
y me fui, tan incómodo, tan basto,
sin saber para qué
aquella atroz cabeza.
Y vine a este diván 
a consumir el aire
y boquear por respuestas,
y esta frente, la mía, la que cargo,
esta cabeza o flor que lleva inscrita
su noria, su diván,
y pago y restituyo y quedo firme
en volver otro martas a otra cosa.
Y boqueo y me venzo y me hago firme,
aquí estoy, y no sé… me voy con tiento.

Esta vez hago juegos de palabras.