lunes, 17 de octubre de 2011

Dios, la infelicidad y el infierno

A veces tengo mis propias disertaciones teológicas. Teológicas en un sentido torcido; a veces puedo asumir un dios como si se tratara de un ritmo, de la voluntad férrea de un ritmo que se sostiene y genera otros ritmos arítmicos de sí. A la manera aristotélica, diría que es el primer movimiento, el perfecto, de cuya perseverancia surgen sólo antirritmos de sí mismo que, a su vez, perseveran. Esta constancia supone la arritmia rítmica de un todo que no puede más que perseverar; seguir sonando. Cuando digo sonando pienso en la creación en general, en todas sus implicaciones. La vida es sólo una de ellas, y visto el todo como una rítmica, asumo que los valores sobre dimensionan, en principio, al hombre, después a la vida y así hasta degradarlo todo y, al final, degradando al ritmo último que necea su propio ser y da existencia al universo. Creo que la conciencia, el hombre y la vida, son la degradación última de dios como ritmo perfecto.

Luego me viene a la mente una de las frases más trágicas que haya oído. Borges dijo alguna vez que su único pecado había sido no haber sido feliz. Lo dijo al final de su vida. Si se parte de la primera "teología", la del ritmo, pienso en el infiero (tema por demás borgiano). El infeliz supone un ritmo, la rítmica de la infelicidad, que así mismo es necia y machetera y, al final, conciente. Creo que la infelicidad padece de más conciencia que la felicidad. Esto último acarrea la ventaja de ver el ritmo como una felicidad y el "ritmo autoconciente" supone una infelicidad fugaz (su arritmia rítmica). Esto no es una apología de lo inconciente, sino la degradación de la conciencia al grado de considerarla una especie de accidente muy sobrevalorado. Creo que el infeliz que sostiene su ritmo hace de él su ser y lo perpetúa infinitamente. Si Borges le da el rango de pecado a su infelicidad, le infunde un carácter teológico y, por tanto, se inflinge un castigo. Este castigo es la asunción de su ser, como perpetuamente infeliz, más allá de su conciencia y de su propia vida. Es la necesidad de perdurar como infeliz, por ser éste su ser, hasta el final de los tiempos, ya que sus infelices actos no paran de formularse y reformularse en el resto de los ritmos y de los hechos. Dios, a la manera aristotélica, es inamovible. Es incapaz de ser infeliz aún siendo parte de la infelicidad de Borges, de otra forma, su ritmo no sería tal; y su existencia carecería de sentido. Podría decirse que si Borges ha cometido el pecado de no ser feliz, entonces Dios existe. Dios no es feliz o infeliz, simplemente es otra cosa, es algo que está fuera de tales categorías, dios es lo impertérrito, lo que no se mueve. Lo que carece de comparativo y (en cierta forma por eso mismo) de ser. Dios es la capacidad del ritmo inamovible que hace el existir por medio de su no ser él. Para mantenerse inmóvil dios es la rítmica del que no se mueve; para lo cual tiene que moverse puesto que esquiva toda categoría de movimiento, todo aquello que en efecto se mueve. Dios esquiva la infelicidad de Borges. Por eso es que éste puede ser infeliz.

Dios es un punto de referencia para la rítmica de una arritmia generalizada que es el universo; la forma de dios es la nada que da ser; es el actuar de lo que no está. Su manera más imperfecta es el ser humano y, dentro de éste, el infeliz. Aquél que se ve a sí mismo, lo que hace es verse en dios y ser infeliz para construir el ritmo de la introspección infernal y eterna.

Por lo general no creo en dios y trato de ser feliz. Tampoco creo en Borges.