viernes, 23 de enero de 2015

la luna socarrona, sola, altiva,
brillante en su sonrisa e inconsciente,
nos mira desde ahí, nos ve sonriente,
inmune al ánimo de tu partida.

ni se inmuta, se mueve, no perdida
sino siguiendo el cause del silente
andar en torno, rígida, demente,
tomada de la luz y consumida.

sólo para volver con otra muerte,
creciente, lúcida y vivaz, sin ira,
sin molestia, tan vasta; y se retira
sólo por demostrarnos que está inerte.

¿sabías, por ejemplo, que es por suerte
por azar, que de aquí se ve, se mira,
del exacto tamaño el sol que gira
que ella -desde aquí-  y es pura suerte,

que cuatrocientas veces más pequeña
la luna, está tan lejos, justamente
cuatrocientas también exactamente
cuatrocientas lejana, y más pequeña?

sardónica, impostada en la distancia,
sonriente, diminuta, evanescente,
infeliz, tan precisa, tan hiriente,
tan convertida en símbolo de mi ansia.

recuerdas, ese dark, y cuántas veces,
una vez y otra vez, pachecos, locos,
completos, desmedidos, como pocos
totales, como pocos bastos, peces

de una misma pecera, consonantes.
pero no, luego no, luego pesados,
exigentes, atroces, disgustados,
mal urgidos de todos los instantes,

con la prisa de quien regatea
al presente su condena vana
de existir en instantes, y se afana
en torturar el tiempo que boquea.

y cómo ríe, sin risa ni condena,
ni olvido ni pasión, desde la altura,
siempre ya consumada en su escultura
de polvo gris, inalterada y plena…

nosotros como árboles de día,
despojados de pájaros y nidos
huérfanos de nosotros, impedidos,
nos aferramos a nuestra crujía.

inmune al ánimo de tu partida,
a nuestras exigencias insensible,
en un mundo fugaz e inasible,
la luna es cómplice y no despedida.