Se requiere una lúcida barriga,
un hábitat fugaz de noche cálida
cuya matriz construya la crisálida
que en doloridos pétalos sea miga
primero, un migajón después de humano,
ya de pronto una pierna, una espaldita,
un cuello (un reposar de estalactita)
un corazón audaz, allá una mano
(de aquí te vemos por ultrasonido)
un rostro delineado apenas, gesto
tan prenatal, tan sierenado, nido
de una consciencia acaso tras cortina,
tras el mundo, detrás: el todo puesto;
justo antes de llamarte Clementina.